• Idealmente…

    la blogósfera está compuesta de entusiastas cibernautas o grupos de ellos esmerados en transmitir a los demás lo poco o mucho que saben sobre 'x' o 'y' tema. Nos unimos a la gran comunidad de bloggeros que día a día forman e informan de lo que sucede en el mundo, ¡enhorabuena!
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    Los muchachos del GULITNL realizaron un Install-Fest este viernes 21, donde hicieron diversas instalaciones como Ubuntu, Debian y Fedora. ¡Felicidades por su iniciativa! :::::::: El equipo Cli-Tec lanza el 2o número de su revista electrónica FREE-TUX en formato pdf. Una felicitación a estos chavos por su constancia y espíritu emprendedor. Búscala en Ubuxteando al 100 %.

Y tú… ¿eres análogo o digital?

Tenemos de nueva cuenta a Edgar desde la sección de Cultura de Público:

 

En mi post anterior, además de hacer una declaración de principios y un mea culpa bastante contrito, escribí un poco sobre la relación de amor/odio que priva entre la cultura y la tecnología. En él hice referencia, también, a una de las áreas que más se ha visto afectada con el arribo de la tecnología —y entiéndase el término afectar no en el sentido del daño, sino de la alteración: la fotografía, invento que revolucionó a finales del siglo XIX la forma de captar “la realidad” y que, cien años después, experimentó una revolución interna que todavía no termina.

Con la llegada de la fotografía comenzaron a vaticinarse algunas muertes, entre ellas la de la pintura. Para tener un retrato de alguien ya no era necesario contratar un pintor, tampoco para hacer un paisaje. Poco a poco la fotografía fue ganando terreno. Y los pintores tuvieron que habituarse a ello, volverse con sus lienzos y pinceles a otra parte y experimentar por su cuenta. Y la tecnología comenzó a jugar. Aparecieron las cámaras de fácil acceso y manipulación, luego los laboratorios para revelar. Ya no fue necesario, pues, contar con un cuarto oscuro personal para poder ver las imágenes que habían sido capturadas. Y las casas se llenaron de fotos, de álbumes, de memorias.

Hasta ese momento, los fotografilos, por llamarlos de alguna manera, se podían dividir en dos: los amateurs y los profesionales. Los primeros, tomaban su foto, iban al laboratorio y disfrutaban. Los segundos, luego de capturar la imagen, se encerraban en el cuarto oscuro, hacían pruebas de luz, de encuadre, manipulaban sus negativos hasta lograr la imagen perfecta (a color o en blanco y negro, da igual). Muchos, incluido mi padre —y estoy seguro que el de casi todos—, disfrutaron del placer de cargar la cámara y hacer y hacer y hacer y hacer fotos, ya fuera con su cámara reflex o la Polaroid o cualquier cosa que hiciera clic. Todo era armonía y felicidad: las fotos de los amateurs llenaban los álbumes familiares; las de los profesionales, los museos y las galerías.

Pero llegó el final del siglo XX y, con él, la avalancha tecnológica. Y llegaron las cámaras digitales. Y, entonces sí, comenzaron los problemas. Si antes eran indispensables algunos conocimientos básicos de iluminación y manejo de obturador y diafragma para lograr un buen negativo, las cámaras automáticas simplificaron el asunto. Si antes era necesario esperar uno o dos días para poder ver las fotos de la boda del primo-amigo-hermano, la cosa se volvió cuestión de horas. Y últimamente de minutos: ya hay centros de impresión en los que se sacan fotos como si fueran cocacolas. Si antaño era necesario meterse horas y horas en el cuarto oscuro para revelar e imprimir las imágenes, ahora es cuestión de sentarse un rato (que también pueden ser horas) delante del monitor y, bendito Photoshop, modificar las imágenes con singular alegría.

Y esto, claro, no fue bien visto. Los fotógrafos análogos (como se les llama a los que todavía usan cámaras manuales y negativos) rasgaron sus vestiduras y dijeron que eso no era arte. (Si a mí me hubieran quitado mi consagrado nicho de “artista”, también lo hubiera dicho.) En el libro El dilema de Bukowsky (Ediciones sin Nombre, 2004) Rogelio Villarreal presenta un diálogo con el fotógrafo Pedro Meyer, considerado como uno de los pioneros de la fotografía digital. Ahí, el artista de la lente habla de los problemas que tuvo con sus colegas puristas, que lo criticaron por meterse a lo digital. Meyer afirma: “La fotografía digital vino a sacudir la historia de la fotografía”. Y sentencia: “La fotografía es exactamente la misma, digital o análoga”.

A pesar de los grandes avances, hay quienes se niegan a reconocer la fotografía digital como una manifestación artística. Pero cada vez son más los fotógrafos que se arriesgan a meterse al nuevo cuarto oscuro: el Photoshop (la fotógrafa tapatía Paula Islas dix it). Pedro Meyer es uno de ellos. Su sitio, www.zonezero.com presenta una gran cantidad de imágenes que demuestran que lo digital también es arte. Óscar Guzmán es otro fotógrafo que está haciendo cosas interesantes con sus panofotos, que se pueden ver en www.oscarguzman360.com. La revolución continúa. Ciertamente hay mucha basura, pero también hay mucho arte. La pregunta es: qué prefieres, ¿análogo o digital?